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Un mundo sin cocina

辱Ծó

Quizá el mundo termine aquí. Así se titula uno de mis poemas favoritos de Joy Harjo, en el que la cocina es el centro: en su mesa comienza y termina todo. Irremediablemente, no sé por qué, esos versos me llevan siempre a la última obra de Remedios VaroStill life reviving. Una escena como un hechizo donde no hay lugar para ningún ser humano, y las manzanas y los platos levitan alrededor de la luz, como un sistema cósmico. Aquí un mantel, ocho platos, un candelabro, algunas libélulas azules y varias piezas de fruta —algunas de ellas estallan y quedan sus semillas en el aire, otras caen y germinan— podrían representar un ciclo, la manera en que nacimiento y muerte se engarzan en un círculo que nunca se romperá. De ahí, probablemente, el ahínco de la gran artista eligiendo el título. Un verbo en gerundio: resucitando. Así también nos conjugamos nosotros, seres interdependientes, vulnerables, que necesitamos ser cuidados desde que nacemos hasta que morimos. No podremos vivir si dejamos de comer.

No me avergüenzo. Siempre llego tarde a las polémicas. Puede que venga de que no me gano el pan solo con la escritura, y que la gente del campo me enseñó a que las cosas necesitan su tiempo para madurar y desprenderse. Admiro a aquellos que, veloces, saben compartir sus ideas sin tropiezos ni pudor unos instantes después de que estalle la noticia. Hace unos días saltaba el titular: cierto empresario, dueño de una gran cadena de distribución vaticinaba un futuro sin cocinas, mientras su modelo industrial no deja de crecer a pasos agigantados. No tardaron en llegar las respuestas en diferentes redes sociales.

La obra de Remedios Varo 'Still Life Reviving' ('Naturaleza muerta resucitando'), 1963

La obra de la pintora surrealista Remedios Varo, ‘Still Life Reviving’, de 1963

Terceros

Muchas de ellas se acompañaban de coloridas fotos de mercados locales, y mesas a rebosar de ingredientes frescos en compañía, mientras de fondo una mujer prepara el almuerzo. Sí, estoy de acuerdo en parte con la mayoría de sus réplicas, pero quizás nos equivocamos cuando solo señalamos al dedo de quien se lucra y apunta a otro mañana agotador y oscuro, y no al sistema que lo fomenta.Si acechan sin reparo las cocinas fantasmas, es porque habitamos un país en el que cada vez son menos los que disponen de tiempo para cocinar y de recursos para acceder a alimentos de cercanía y saludables. Los datos y las cifras, por más que queramos obviarlos, están ahí, y dan mucho miedo: el derecho a una alimentación sana no debería ser un bien de consumo, ni estar bajo control de grandes corporaciones. Este sistema que nos engulle pone en el centro el dinero, la producción y la eficiencia. No la salud, no la conservación de nuestro territorio, no la protección de una tierra herida por la emergencia climática.

Qué fácil hablar desde el privilegio, y qué aterradora una realidad en la que la comida que nos enferma y aniquila nuestros mercados locales y las formas de producción ligadas a la tierra de los pequeños productores, es la más barata y accesible. ¿Quién es aquí el depredador? ¿Cómo proteger y reivindicar la cocina sin cuestionarnos un modelo de consumo que impulsa producciones intensivas e industrializadas con un impacto ambiental gravísimo? ¿En qué condiciones trabajan quienes sostienen esta cadena con ingredientes manchados de precariedad, violencia y contaminación? Puede que sea hora de señalar a aquellos que quieren arrebatarnos el control de lo que comemos, reduciéndolo a un mero parámetro que se ajustará siempre a la máxima rentabilidad, sin reparar en las consecuencias nefastas, no solo a nivel 𳦴DZó y social, que trae consigo.

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Puede que sea el momento de repensar este progreso que, acelerado y voraz, pone nuevas preguntas y debates a la mesa. Imaginar una buena vida, desear ciudades y pueblos habitables, pasa sin duda por este espacio que necesitamos para vivir, por más que muchos insistan en llevarlo al mínimo o borrarlo. Uno en el que dejamos atrás esa nostalgia por cosas que no fueron, que a veces, romantiza y otras ni siquiera, intenta mirar desde otro lado. Como esas recetas de la abuela siempre hechas por mujeres que no tuvieron opción de soñar, porque no tenían tiempo fuera de un sitio que hoy reivindican otros, mientras son siempre las mismas las que friegan los platos.

No, no habrá un mañana sin cocina, pero quizás es hora de reinventarla. Romper los límites de esos modos y relatos que solo nos dan como opción una cocina separada de la tierra, de la conversación, de los cuidados, de las semillas, de los rostros y las historias. El mundo termina y volverá a empezar aquí, sin duda, porque nos sentamos juntos la mesa y no dejamos atrás la memoria. La cocina en gerundio, como laboratorio, como espacio para el pensamiento crítico y la resistencia.

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