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El arte de la perturbación

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Lo de Ryoji Ikeda el otro día en el Auditori de Barcelona fue bastante alucinante. Durante una hora el reputado creador japonés encadenó temas de música electrónica, tan estridentes como deslumbrantes, con composiciones visuales que hubieran dejado catatónico al menos sensible a la luz estroboscópica. Tal vez lo fuera la decena de asistentes que se largó a los pocos segundos; los otros 2.000 nos quedamos imantados a nuestros asientos, los ojos y los oídos saturados de información ante un universo sonoro y visual de extremos, que recrea el ecosistema de big data en el que buceamos todos y cada uno de nuestros días.

La alquimia de Ikeda transforma los datos en sonido. La experiencia no fue exactamente un concierto, sino un live set audiovisual que empezó a saco y terminó de golpe. El artista se retiró del escenario antes de que retornaran las luces y no hubo modo de comprobar si había actuado él o un doble. Es coherente con su máxima: “Quiero que me recuerden por mi música, no por mí”.

Ryoji Ikeda, compositor electrónico y artista visual japonés.

Ryoji Ikeda, compositor electrónico y artista visual japonés

L.E.V. FESTIVAL / Europa Press

La alquimia del creador japonés Ryoji Ikeda transforma los datos en sonido

Su ú para instalaciones es hija de la música aeroportuaria y de ascensor de Brian Eno; y nieta de John Cage. En su nuevo y brillante ensayo, El coleccionista de cabezas o las grandes ocasiones de Andy Warhol (Jekyll & Jill), Reinaldo Laddaga evoca la figura de Cage como puente entre Duchamp y los artistas visuales de los años sesenta. A través de él, de su trabajo con disonancias, silencio, tocadiscos y azares, muchos llegaron a sus propios materiales. Digamos: latas de sopa y cajas de jabón, instantáneas de la prensa amarilla, la orina que oxida telas tratadas con cobre.

Warhol es el artista de la ruina, de las sobras, del fin de fiesta. Cuando agotó la pintura, siguió explorando con el agotamiento del cine. El flash es el protagonista de sus polaroids, cuando decidió más tarde dedicarse a la fotografía. La acumulación y el estruendo protagonizan sus exposiciones, en las que las piezas singulares son mucho menos importantes que las escenografías saturadas que las asfixian en vez de acogerlas. En las propuestas de Warhol todo está cubierto por “la redundancia y el ruido”. Por eso, bajo la influencia de Truman Capote, The Factory y Studio 54 fueron dos de sus obras maestras: espacios donde podías acceder tanto a horas y horas de nada como a la iluminación absoluta.

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La aparición de Warhol en The apprentice. La historia de Trump, el sobresaliente biopic de Ali Abbasi, refuerza la idea de Laddaga de que en el Nueva York de los ochenta “se conducía una vasta experimentación en las maneras de vivir, cuyas felicidades y fracasos nos acompañan todavía”. Warhol murió durante la presidencia de Ronald Reagan, cuando Trump iniciaba su despegue hacia la estratosfera en la que vive hoy, hecha de ruido y furia, estridencia y avalancha desinformada.

En el arte y la política encontramos la cara y la cruz de una misma perturbación, la marca de una época.

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