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“Le conozco, pero no sé cómo se llama”: recordar las caras y olvidar los nombres, ¿qué hay tras esta situación, tan habitual en personas mayores?

Longevity

Recordar un rostro es una tarea de reconocimiento, mientras que recordar un nombre implica recuperación activa de la memoria, un proceso mucho más difícil

“Estos olvidos son una parte natural del envejecimiento, y no siempre una señal de deterioro, pero pueden afectar la autoestima y las relaciones. Si no se gestionan bien pueden llevar al aislamiento“, Lidia Bataller, terapeuta ocupacional

‘Le conozco… pero, ¿cómo se llama?’. Todos hemos experimentado alguna vez ese incómodo momento

‘Le conozco… pero, ¿cómo se llama?’. Todos hemos experimentado alguna vez ese incómodo momento.

Daniel Diaz Guerrero

‘Le conozco… pero, ¿cómo se llama?’. Todos hemos experimentado alguna vez ese incómodo momento. Saludamos a alguien porque su cara nos es totalmente familiar, pero su nombre…. Por más que lo buscamos en la mente, parece haberse esfumado. En realidad, esta sensación desconcertante es bastante común, especialmente en las personas mayores. La cuestión es por qué resulta más fácil recordar con nitidez el rostro de un antiguo compañero de trabajo, mientras que su nombre se pierde en el limbo de la memoria.

La respuesta está en cómo funciona nuestro cerebro. Mientras que los rostros se procesan en una zona especializada y con múltiples conexiones emocionales, los nombres propios son datos más frágiles. Con los años, esa diferencia se hace más evidente. Pero no siempre es un síntoma de deterioro cognitivo.

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Para entender por qué olvidamos los nombres con más facilidad que las caras, primero hay que hablar de la memoria asociativa. Según Carlota Sáenz de Urturi, neuropsicóloga y directora de Cognitiva Chamberí, esta es parte de un sistema complejo que incluye distintos tipos de memoria. “La clasificación de la memoria se basa en la naturaleza de la información almacenada”, indica.

Nuestro cerebro funciona como una gran red de conexiones en la que cada recuerdo se conecta con otros a través de imágenes, sonidos o emociones. Estas asociaciones actúan como anclas que hacen más fácil acceder a la información. Según Sáenz de Urturi, cuando se activa una parte de esa red, se estimula la conexión con otros recuerdos relacionados. En otras palabras, recordar algo familiar abre el camino para evocar otros datos, funcionando como un interruptor que mejora la recuperación de información menos habitual o relevante.

¿Cómo procesa el cerebro los recuerdos?

Desde que nacemos, nuestro cerebro está especializado en reconocer caras. Existen áreas cerebrales específicas, tanto anatómica como funcionalmente, dedicadas a esta tarea, lo que nos permite identificar matices y diferencias con gran precisión. “A medida que nos exponemos a más caras, nuestro entrenamiento mejora, y este proceso de aprendizaje nunca se detiene”, apunta Sáenz de Urturi. Es una habilidad esencial para la interacción social y la supervivencia.

Recordar rostros puede resultar más fácil debido a la naturaleza del procesamiento de la memoria visual. “Las caras son información visual que el cerebro asocia con características físicas únicas, como la forma del rostro, el color del cabello o las expresiones faciales. Estas asociaciones tienen más detalles y están vinculadas a la memoria episódica, lo que facilita su recuperación” explica Lidia Bataller, terapeuta ocupacional de Sanitas Mayores Rambla Catalunya.

A medida que nos exponemos a más caras, nuestro entrenamiento mejora, y este proceso de aprendizaje nunca se detiene

Carlota Sáenz de UrturiNeuropsicóloga y directora de Cognitiva Chamberí

Los nombres, en cambio, carecen de ese respaldo neuronal. “Son etiquetas arbitrarias; no hay ningún rasgo en la persona que nos ayude a asociarlo naturalmente con su nombre. Cualquier persona podría llamarse de cualquier manera”, explica la neuropsicóloga.

Con el envejecimiento, este fenómeno se vuelve más frecuente, incluso sin enfermedades cognitivas. Esa sensación de “tener una palabra en la punta de la lengua” es lo que en neuropsicología se conoce como anomia. Con el paso de los años, la memoria episódica, encargada de almacenar los recuerdos autobiográficos, tiende a declinar, y dado que los nombres son información aleatoria, su recuperación se hace aún más difícil. En estas situaciones, dice Bataller, muchas personas mayores compensan esta dificultad con descripciones (por ejemplo, la señora que vive en el tercer piso) en lugar de su nombre.

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Puesto que el cerebro funciona a modo de red, la memoria asociativa involucra distintas áreas cerebrales. Los lóbulos frontales, encargados de organizar y recuperar recuerdos, desempeñan un papel clave, mientras el hipocampo y la corteza temporal medial intervienen en la consolidación de la información. “La asociación solo es posible si la información ha sido previamente consolidada”, explica Sáenz de Urturi. De esta forma, el hipocampo genera una huella de memoria que, a largo plazo, se almacena en la corteza temporal medial mediante procesos como el sueño. Cuando se quiere recuperar esa información, las regiones frontales la buscan y la activan.

En resumen, recordar un rostro es una tarea de reconocimiento (¿lo he visto antes?), mientras que acordarse de un nombre implica una recuperación activa de la memoria, un proceso mucho más complejo.

No recordar un nombre, ¿un problema menor?

Para muchas las personas, olvidar nombres puede parecer un detalle sin importancia, pero en los adultos mayores puede generar inseguridad e incluso afectar su bienestar emocional. “Es una de las principales preocupaciones de quienes acuden a consulta”, comenta la neuropsicóloga. Aunque estos lapsus no interfieren gravemente en la comunicación si no hay alteraciones lingüísticas, pueden provocar ansiedad y frustración.

En la vida cotidiana, es habitual que una persona se haga entender a pesar de olvidar un nombre, recurriendo a descripciones o referencias. Sin embargo, el miedo a quedarse en blanco puede llevar a algunos a evitar situaciones sociales, afectando su calidad de vida. Además, esta dificultad puede influir en la fluidez de la conversación. “Muchas veces, al no recordar un nombre, las personas se detienen a intentar recuperarlo en lugar de buscar otra forma de referirse a la persona, lugar u objeto en cuestión. Y este esfuerzo por recordar una palabra específica puede hacerles perder el hilo de la conversación”, explica Carlota Sáenz de Urruti.

Estos olvidos afectan la autoestima y las relaciones; si no se gestionan bien, pueden llevar al aislamiento

Lidia BatallerTerapeuta ocupacional

Más allá de la memoria, quienes son conscientes de sus dificultades cognitivas pueden experimentar síntomas depresivos, aunque no siempre desarrollan una depresión, refiere la neuropsicóloga. “Es frecuente que surjan sentimientos de tristeza, frustración, rabia o culpa. En algunos casos, aparece apatía, lo que lleva a abandonar actividades que antes disfrutaba, pensando que ya no vale la pena el esfuerzo. Esto reduce la estimulación y el nivel de actividad cerebral, generando un círculo vicioso que puede agravar el deterioro cognitivo”. De ahí, la importancia de prestar atención al estado emocional, ya que la depresión, la ansiedad o la apatía pueden empeorar las dificultades cognitivas.

Lidia Bataller coincide en la necesidad de trabajar la parte emocional: “Es esencial validar los sentimientos del paciente, reconociendo su frustración y ayudándole a entender que los olvidos son una parte natural del envejecimiento, y no siempre una señal de deterioro”. Para ello, se utilizan técnicas como el reencuadre cognitivo, que busca transformar la percepción negativa del olvido en una oportunidad para mejorar, y ejercicios de relajación, para reducir la ansiedad y mejorar la memoria. “Estos olvidos afectan la autoestima y las relaciones; si no se gestionan bien, pueden llevar al aislamiento”, agrega.

Se están recortando las distancias entre las capacidades cognitivas de las diferentes generaciones

Se están recortando las distancias entre las capacidades cognitivas de las diferentes generaciones.

Getty Images/iStockphoto

El entorno también juega un papel clave. “Unas relaciones sociales positivas proporcionan una red de apoyo emocional que ayuda a reducir la ansiedad y la frustración”, señala la terapeuta ocupacional. Además, un espacio físico organizado, con señales visuales claras (como etiquetas o fotos) y libre de ruidos molestos, facilita la memorización y ayuda a mantener la concentración

Aunque este fenómeno es más común en personas mayores, también puede afectar a jóvenes sometidos a estrés o con una alta carga mental, apunta la neuropsicóloga. La fatiga cognitiva, el exceso de información y la falta de sueño pueden dificultar la recuperación de datos concretos, como los nombres propios.

Claves para mejorar la memoria de nombres

Afortunadamente, existen estrategias para reforzar la memoria de nombres. Una de las más eficaces, según Sáenz de Urruti, es la asociación con algún rasgo distintivo de la persona o con alguien conocido que se llame igual. También, utilizar imágenes mentales, vinculando el nombre con un objeto o una situación particular.

Como explica Lidia Bataller, estas asociaciones ayudan a convertir información abstracta, como un nombre, en algo más concreto y visual que facilita su retención. Recomienda también crear tarjetas con imágenes de personas conocidas y sus nombres escritos, un ejercicio que permite practicar el emparejamiento de forma repetitiva.

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Según las terapeutas, la repetición también es clave. Una técnica útil, concreta Bataller, es repetir en voz alta el nombre de alguien durante la conversación: 'Encantado de conocerte, Ana’, ‘¿Cómo estás, Ana?’… E incluso asociarlo con un rasgo distintivo (Ana, la de cabello rizado).

Además, actividades como leer, aprender nuevos idiomas o tocar un instrumento ayudan a mantener la mente activa y a fortalecer la reserva cognitiva. Asimismo, destacan los beneficios de los pasatiempos: los crucigramas, por ejemplo, refuerzan el lenguaje; las sopas de letras mejoran la atención y los sudokus trabajan el razonamiento y la concentración.

Otras estrategias incluyen ejercicios de categorización, donde se agrupan nombres por relación (familia, amigos, compañeros) o por contextos específicos (vecinos, actividades recreativas). “Este método no solo ayuda a estructurar la información, sino que también facilita la conexión entre los elementos, haciendo que sean más fáciles de recuperar en la memoria a largo plazo”, explica Lidia Bataller, que aconseja también la creación de mapas sociales con fotos y nombres de personas cercanas. Participar en dinámicas grupales, en las que cada persona dice su nombre acompañado de un gesto, también refuerza la memoria visual y verbal.

Además, la tecnología también puede ser una gran aliada. A pesar de la brecha digital, Sáenz de Urruti asegura que muchas personas mayores han demostrado una gran capacidad de adaptación. Aplicaciones de entrenamiento cognitivo, alarmas y recordatorios digitales ayudan a compensar pequeñas dificultades diarias. En el caso de personas con mayor deterioro, Sanitas Mayores por ejemplo utilizan herramientas como Alexa Smart Properties for Senior Living, que permite realizar ejercicios de memoria de forma accesible, y salas inmersivas en residencias, donde se recrean experiencias sensoriales para estimular recuerdos y fomentar la socialización.

¿Se puede prevenir?

El estilo de vida que llevamos a lo largo de los años influye directamente en nuestra salud, incluidos al rendimiento cognitivo y la memoria. La mejor forma de mitigar o prevenir su deterioro es adoptar, desde siempre, unos hábitos saludables. Esto implica dormir bien, seguir una alimentación equilibrada, hacer ejercicio regularmente y, sobre todo, mantener una vida activa a nivel intelectual y social. “El organismo funciona como un todo, y cualquier alteración en una de sus áreas puede afectar el resto”, comenta la directora de Cognitiva Chamberí.

El estrés, afirma Sáenz de Urruti, es uno de los principales enemigos de la memoria, ya que reduce la capacidad de atención, un paso previo para retener información. Del mismo modo, destaca la importancia del sueño, ya que durante el descanso el cerebro consolida los recuerdos y descarta aquellos que no considera relevantes.

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Cuanto más activo esté el cerebro y mejores hábitos se tengan, mayor será la probabilidad de envejecer en mejores condiciones

Carlota Sáenz de UrturiNeuropsicóloga y directora de Cognitiva Chamberí

Mantener estos hábitos es importante, sobre todo tras la jubilación, ya que esta puede marcar un punto crítico en el funcionamiento del cerebro. Esto se debe, explica la neuropsicóloga, a que durante la etapa laboral, la actividad diaria mantiene la mente en constante estimulación; pero tras el retiro, si no se tienen aficiones o planes definidos, la actividad cognitiva puede disminuir drásticamente. Si a esto se suma la soledad y el envejecimiento natural, es probable que surjan dificultades que antes pasaban desapercibidas. Dicho esto, esta experta matiza que todas estas recomendaciones se basan en las estadísticas, y aunque seguirlas ayuda a reducir el riesgo de deterioro cognitivo, no hay garantías absolutas. Existen factores genéticos y ambientales que también influyen.

En cualquier caso, aunque el olvido de nombres pueda ser frustrante, no es un destino inevitable. “Cuanto más activo esté el cerebro y mejores hábitos se tengan, mayor será la probabilidad de envejecer en mejores condiciones”, concluye Sáenz de Urruti, quien mantiene que una buena reserva cognitiva puede marcar la diferencia, ayudando a conservar la independencia y el bienestar por más tiempo., incluso si comienzan a aparecer dificultades en la memoria.

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