La introducción de anglicismos y otros extranjerismos en el vocabulario ٰDzó es creciente. Hemos pasado de comer hamburguesas a burgers, de pedir comida para llevar a hacer take away, incluso de comer comida normal y corriente, la que se ha comido toda la vida, a consumir real food. Hay ejemplos a mares.
Que tire la primera piedra quien alguna vez no haya escrito una review de un restaurante, se haya comido un snack para matar el gusanillo en lugar del clásico tentempié o haya añadido algún topping a un helado. Incluso habremos pedido una omelette en algún local de brunch, presumido de comer healthy o descubierto un local con filosofía zero waste. Todo ello, con una copa de Dzé entre las manos, en lugar de aquel denostado rosado de toda la vida que hace un tiempo apenas se vendía en los lineales de las vinaterías.
La irrupción de anglicismos en nuestro vocabulario no afecta solo al ámbito ٰDzó. ¿Cuántas veces no nos han convocado a una call o alguien de nuestro entorno ha señalado una red flag? La globalización hace que las lenguas permeen, y que se cuelen términos de otros idiomas en nuestro vocabulario habitual sin que apenas nos demos cuenta. Ha ocurrido siempre, aunque en materia gastronómica eran los franceses los que se llevaban el gato al agua.
Suyos son los sommeliers, los bufettes, el rouge, la brunoise o la mousse, entre muchos otros. Pero en inglés ha ganado la batalla y su vocabulario se ha entrelazado con el nuestro para traernos smoothies, cupcakes, texturas crunchy, comida spicy, muffins, deliveries y bartenders (que no cocteleros). La acelerada popularización del inglés nos ha dejado también algunos conceptos extraños llegados directamente desde el marketing: por ejemplo, ahora se llama comfort food a todo aquello que está bueno.

'Cupcakes'
¿Supone un peligro para una lengua la irrupción de estos términos? Sobre todo teniendo en cuenta que en muchas ocasiones (aunque no siempre) algunos de ellos desplazan a otros ya existentes que hemos dejado de emplear. Según el catedrático de sociolingüística de del Departamento de Lingüística y Lingüística General de la Universitat de Barcelona, Emili Boix, “la inclusión de términos en inglés, pese a que pueda chirriar o resultar molesta, no supone un peligro real para ninguna lengua.Por supuesto no para el castellano, pero tampoco para el catalán, aunque pueda parecerlo. Lo que ocurre es que el grupo lingüístico catalán tiene tendencia a ser sufridor”, bromea el profesor.
Lo que sí supone un peligro real para el futuro de la lengua catalana –continúa– “es la progresiva desaparición de los pronoms febles, o el hecho de que se conjuguen mal por sistema muchos verbos, entre otras dinámicas”.
Para Boix, el uso de anglicismos tanto en el lenguaje ٰDzó como en otros ámbitos se debe fundamentalmente a dos factores. Por un lado, a la difusión del inglés y a su consolidación como lengua universal. “Un 51,7% de la población dice que lo entiende, mientras que el 43,4% lo habla. La gente joven, sobre todo, gasta muchas horas y recursos en aprender inglés y, en muchas ocasiones tiene la lengua plenamente incorporada”, explica el catedrático. Si además tenemos en cuenta que muchos términos que se emplean proceden directamente del marketing (batch cooking, real food), los anglosajones siempre han ido por delante.
Pero hay otro motivo para introducir términos en inglés como quien no quiera la cosa, según apunta el profesor Boix: esnobismo. “La gente cree que va a parecer más moderna y cosmopolita empleando determinados términos, en muchos casos dejando de usar los que ya existen en la lengua propia. Yo mismo me veo obligado a consultar el diccionario muchas veces cuando leo la prensa”, apunta.

La tarta de queso de toda la vida ahora son 'cheescakes'
Que se cuelen anglicismos en nuestras lenguas habituales no deja de ser un tema controvertido. En Estados Unidos sucede desde hace décadas con el spanglish, una realidad fuertemente implantada, que cuenta incluso con una literatura propia. Entre sus detractores encontramos, por ejemplo, al escritor mexicano y premio Nobel de Literatura Octavio Paz, que en una ocasión dijo que el spanglish “no es bueno ni malo, sino abominable”.
Sin embargo, intelectuales como el escritor y ensayista mexicano Ilan Stavans, que destaca por su producción literaria en spanglish, defienden su valor cultural y social, fruto del mestizaje, así como su capacidad para haberse sabido desplazar desde el centro hacia las periferias.
Cuando hablamos de la incorporación de extranjerismos al español existen, a grandes rasgos, dos tipos de ellos, según señala en el Diccionario Prehispánico de Dudas de la RAE. Por un lado los superfluos o innecesarios, “que son aquellos para los que existen equivalentes españoles con plena vitalidad”. LA RAE pone como ejemplos los abstract (resumen), back-up (copia de seguridad) o consulting (consultoría).
En gastronomía, un simple vistazo nos hace darnos cuenta de que un buen número de términos que empleamos habitualmente pertenecen a este grupo. Hablamos de no-show cuando queremos decir que alguien no acude a una reserva, o de wine lover a cualquier amante del vino. Incluso se han empezado a comercializar bebidas a base de cider, la clásica sidra. Las tartas de queso de la abuela son ahora cheesecakes (incluso en las cartas de los restaurantes modernos encontramos sinsentidos como los cheesecakes de la abuela).

El 'carrot cake' es otro anglicismo
También los carrot cake han irrumpido con fuerza, igual que los pumpkin cakes o los cinnamon rolls, mientras que las galletas de toda la vida se llaman ahora cookies y se pagan a 4 euros la pieza. La comida callejera es ahora street food, las tazas son mugs, las freidoras de aire,airfryers,y los vegetarianos de toda la vida son ahora veggies. Son solo algunos ejemplos, pero hay muchos más, de términos anglosajones que desplazan a los ya existentes.
El segundo tipo de extranjerismo es, según la RAE, aquel que es necesario o que está plenamente extendido. “Son aquellos para los que no existen, o no es fácil encontrar, términos españoles equivalentes, o cuyo empleo está arraigado o muy extendido”, reza la RAE. Los hay de dos tipos: los que mantienen la grafía y pronunciación original (jazz, software) o los que adaptan la grafía o la pronunciación. Son los macarrónicos chucrut, cruasán o champán, entre otros. También de este grupo encontramos alguno ejemplos plenamente incorporados a nuestra lengua: desde el gin-tonic al foie pasando por el café espresso, el steak tartar o el cocktail.
Para Boix, si bien la inclusión de extranjerismos ha existido siempre, el excesivo uso que se hace de ellos en los medios de comunicación “muestra cierta desidia por parte de los que se dedican a escribir”. El profesor recuerda, sin embargo, que son tendencias que, en muchas ocasiones, tal como vienen se van: “A veces se pone de moda un término de forma pasajera y al poco tiempo desaparece y nadie vuelve a utilizarlo”. ¿Acaso alguien se acuerda de aquel #foodporn que fue en su día el rey de los hashtags?