En los dos primeros meses del 2025, las ventas de coches eléctricos de la marca norteamericana Tesla se desplomaron en Europa un 49%, arrastradas -entre otras cosas- por el acelerado desprestigio personal de su propietario, el megalómano multimillonario Elon Musk, cuya radical acción política en Estados Unidos y sus interferencias en la política europea a favor de los partidos de extrema derecha pueden haber hecho un daño irreparable a su imagen de marca. Este retroceso ha sido en gran medida aprovechado por los fabricantes chinos, que han sobrepasado a Tesla por primera vez en el mercado europeo. Lo sucedido con los automóviles eléctricos podría tomarse como una metáfora de lo que puede traer la violenta guerra comercial desatada -y momentáneamente pausada- por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
La agresiva ofensiva arancelaria de Washington tiene como principal objetivo China, su gran rival sistémico, pero al atacar también y de forma indiscriminada a todos sus socios comerciales puede acabar produciendo paradójicamente el resultado opuesto. Frente a unos EE.UU. que se han convertido en un país poco fiable, que castiga caprichosamente a todo el mundo sin distinción-ya sean aliados o adversarios-, China se ofrece como un defensor del libre comercio y un socio estable y previsible. Para Europa, penalizada inicialmente por unos aranceles del 25% por su amigo trasatlántico (además de los específicos para los automóviles, el aluminio y el acero), las relaciones comerciales con el gigante asiático representan una oportunidad. Y también un riesgo.
La “pausa” decretada el miércoles por un Donald Trump acogotado por los mercados financieros no es, por ahora, más que una frágil tregua. El presidente de EE.UU. ha suspendido por 90 días la aplicación de los aranceles más disruptivos, pero mantiene los del acero y el aluminio y los de los coches, además de unas tarifas generales del 10%.
La ofensiva de Trumpobliga a Europa a diversificar sus mercados
La ofensiva de Trump obliga a Europa a diversificar sus mercados y potenciar los acuerdos comerciales con otros socios, así en el continente americano (Mercosur, México) como en el asiático, con India y China como máximos referentes. Tras visitar Nueva Delhi el pasado febrero, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, acompañada esta vez por el presidente del Consejo Europeo, António Costa, realizó días atrás una gira por Kazajistán, Uzbekistán, Tayikistán, Kirguistán y Turkmenistán. La UE quiere presentarse ante el mundo como el socio amable, frente a las estrategias agresivas de otros actores internacionales.
En este contexto, China es para Europa un mercado imprescindible. Pero, como socio, es también un importante foco de inquietud. De entrada, los europeos mantienen con el gigante asiático un desequilibrio comercial importante, así como un áspero litigio por sus exportaciones de coches eléctricos, que la UE ha penalizado con aranceles variables de hasta el 45% -según las marcas- por entender que los subsidios públicos a los fabricantes representan una competencia desleal. A esto se añade ahora el temor de que la guerra comercial entre China y EE.UU. -esta sí, vigente- desvíe hacia el continente europeo un alud de productos chinos. La Comisión Europea ha puesto en marcha un equipo para monitorizar las importaciones a fin de detectar posibles desvíos comerciales, “especialmente en sectores ya afectados por la sobrecapacidad”.
Bruselas quiere llegar a una entente con Pekín para reencauzar las relaciones comerciales y evitar que la guerra entre China y EE.UU. acabe por rebotarle. La semana pasada, el comisario europeo de Comercio, Maros Sefcovic, se reunió en Pekín con su homólogo chino, Wang Wentao. Y Ursula von der Leyen mantuvo una conversación telefónica con el primer ministro chino, Li Qiang, para abordar todas estas cuestiones, que centrarán la cumbre UE-China que está previsto celebrar el próximo mes de julio en Bruselas. A priori, Pekín se muestra receptivo.

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, a su llegada ayer a Pekín
China es en la actualidad el tercer socio comercial de la UE en lo que concierne a las exportaciones (el 8,3% del total), por detrás de EE.UU. y el Reino Unido, y el primero en cuanto a las importaciones (21,3%), según datos del 2024 de Eurostat. Alemania es el país europeo que más vende a China (España es el séptimo) y los Países Bajos el que más le compra (España es el quinto). En los últimos diez años, las importaciones procedentes de China se han doblado (101,9%), mientras que las exportaciones no han seguido el mismo ritmo (47%). El balance para Europa es un déficit comercial de 304.000 millones de euros.
Alemania, cuya economía está fuertemente basada en las exportaciones, ha sido y es el primer interesado en mantener abiertos los canales comerciales con China. En su breve mandato -poco más de tres años-, el canciller saliente, el socialdemócrata Olaf Scholz, ha viajado dos veces a Pekín acompañado por empresarios (en 2022 y 2024) y el canciller in péctore, el democristiano Friedrich Merz, se reunió el pasado mes de febrero en Múnich -tan solo dos días después de ganar las elecciones- con el ministro chino de Relaciones Exteriores, Wang Yi. Otros países europeos tratan asimismo de cultivar los vínculos con Pekín. El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, está ahora mismo de viaje oficial en China con este objetivo -en una gira por Asia que le ha llevado también a Vietnam-, lo que le ha valido la censura de la Administración Trump.
Con la Administración Trump, la UE ha adoptado hasta el momento una política de prudencia, intentando combinar el palo y la zanahoria, pero sin precipitarse en sus respuestas. Así, ha ofrecido un diálogo sin condiciones, con ofertas concretas sobre la mesa -como la de dejar en el 0% los aranceles mutuos sobre los productos industriales-, mientras preparaba un paquete de medidas de represalia por los primeros ataques de Washington (sobre el aluminio y el acero y sobre los automóviles) a aplicar de forma progresiva. Los 27 aprobaron este miércoles el plan preparado por Bruselas -a excepción de Hungría-, que grava una lista de productos norteamericanos por valor de 21.000 millones de euros.
De la buena fe europea da la medida el hecho de que, en respuesta al giro dado por Trump, decidiera también una pausa de 90 días, pese a que los aranceles estadounidenses objeto de la represalia siguen vigentes. Las próximas semanas confirmarán o desmentirán lo acertado de esta estrategia. Pero de las primeras y balbucientes reacciones de Donald Trump no puede inferirse todavía una conclusión. Eso sí, el presidente de EE.UU. parece determinado a introducir en la negociación comercial una nueva variable: el tema del gasto de la defensa de Europa.
· Alemania ha vuelto. Tras meses de interinidad, Alemania cuanta ya -al menos sobre el papel- con un nuevo gobierno y un nuevo canciller, el democristiano Friedrich Merz, que será investido el próximo mes de mayo tras el acuerdo alcanzado por su partido, la CDU, y su socio de coalición bávaro, la CSU, con el partido socialdemócrata, el SPD, para reeditar la gran coalición. La guerra arancelaria desatada por Washington ha contribuido a acelerar las negociaciones. “Europa puede contar con Alemania”, declaró Merz en la presentación del pacto de gobierno.
· Polonia se rearma. El peso de la Historia está muy presente en Polonia, que ve en Rusia y su nacionalismo imperialista un peligro existencial. Algo que la invasión de Ucrania por Moscú en 2022 no ha hecho más que acrecentar. El Gobierno de coalición del primer ministro liberal Donald Tusk prevé que el gasto militar alcance este año el 4,7% del PIB y planea elevarlo al 5% el año que viene, mientras aumenta su ejército con nuevos reclutas: las fuerzas armadas polacas cuentan con hoy unos 216.000 soldados y el objetivo es alcanzar los 300.000 en el 2035.
· Huelga general en Grecia. Los griegos sufren todavía la resaca de la gran crisis financiera del 2008 y la estricta cura de austeridad que les fue impuesta por sus pares en la UE. Este miércoles los principales sindicatos griegos convocaron una huelga general de 24 horas -la tercera en menos de cuatro meses- para exigir un aumento de los salarios y las pensiones y medidas para paliar la carestía de la vida. Datos del Ministerio de Trabajo de Grecia revelan que el salario bruto medio sigue siendo un 10% inferior al del 2010, cuando Grecia acordó su primer rescate. Los paros afectaron a los transportes urbanos, ferroviarios, aéreos y marítimos.