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Reflexiones sobre el cáncer junto a una papelera olvidada

En su tinta

Un cesto de basura del cementerio de Collserola ha permanecido un año sin que nadie lo vacíe

El capítulo anterior de esta serie: Bridger Walker, un campeón mundial de boxeo de seis años

La papelera a la entrada del recinto del cementerio

La papelera a la entrada del recinto del cementerio

EHA

A la familia y amigos del periodista Óscar Muñoz (1971-2025), que conocen este dolor.

El cronista ha hablado en alguna otra ocasión de alguien a quien conoce muy bien y al que se refiere siempre como el hombre apesadumbrado porque en eso se ha convertido. El hombre apesadumbrado apareció por primera vez en el canal Comer el 12 de enero del 2024, a raíz de una crónica sobre las máquinas de autoventa de un hospital de Barcelona, donde su mujer estaba ingresada desde la Navidad anterior.

Del no sabemos por qué todos sus valores hematológicos están tan descontrolados se pasó al posiblemente sea una infección de origen desconocido.Poco a poco, con eufemismos, la verdad se fue abriendo paso. Primero los médicos hablaron de una excrecencia en los conductos biliares. Luego, ya a las claras de un tumor. Y finalmente llegó un diagnóstico inapelable: un cáncer con metástasis ósea masiva.

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Menos de cuatro meses después, la llama de una vida feliz se apagó para siempre. ¿Para siempre? En realidad, no. Pero esa es otra historia y cada uno de nosotros la escribirá de una manera diferente, en función de los recuerdos que dejemos a quienes nos sobrevivan. Y los que dejó ella son inmejorables. Fue hasta su último aliento un alma íntegra, valiente y muy generosa, más preocupada por los demás que por sí misma.

Durante muchos años, la palabra cáncer parecía proscrita, incluso en la prensa. Las familias decían, y esa fórmula repetían los periódicos, que la muerte se había producido “después de una larga y penosa enfermedad”. No se mencionaba su nombre, como si trajera mal fario o fuera una maldición bíblica. La mujer de mi amigo, que de la noche a la mañana se vio obligada a ir en silla de ruedas, lo dijo alto y claro desde el principio...

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“Tengo cáncer”, respondía cuando le preguntaban el porqué de su repentina pérdida de autonomía. Lo que nunca dijo es que se sentía una luchadora o que esto fuera una batalla. Era solo una paciente que puso todo lo que pudo de su parte. No fue a la guerra. No la derrotaron. El cáncer pudo más y ya está. Hoy sabemos que esta enfermedad no siempre es una condena de muerte. De hecho, el cáncer no existe. Existen los cánceres.

Una alimentación sana y no tomar alcohol ni fumar son grandes bazas contra los tumores, aunque también los hay hereditarios (no genéticos, como se dice coloquialmente: todos los cánceres son genéticos; algunos, además, se heredan). Todo esto lo sabe el cronista gracias a su amigo, que muy a su pesar es un lector muy interesado en los cada vez mayores avances de la oncología en particular y de la medicina en general.

Ampliar Un árbol oculta parcialmente la papelera

Un árbol oculta parcialmente la papelera

EHA

Pero aún queda mucho por hacer. Los expertos, por ejemplo, explican que la industria alimentaria está obligada a analizar todos los aditivos que emplea, pero esos análisis se suelen hacer uno a uno, y no siempre se estudian qué efectos pueden producir combinados. Y basta un paseo por el súper: la lista de conservantes, edulcorantes y otras sustancias de los alimentos ultraprocesados pueden ser kilométricas.

Aunque, para kilométricas, las caminatas que se pega el hombre apesadumbrado cuando visita el cementerio de Collserola, donde reposan las cenizas de su esposa. Va siempre a pie porque no conduce y no le apetece una farragosa combinación de transportes públicos: más de 25 kilómetros de ida y vuelta desde su casa. Siempre encuentra una excusa para ir una vez cada mes: un aniversario familiar, el día de la virgen del Pilar...

Nunca se imaginó que se fijarían en él, pero la segunda vez que entró para comprar una rosa en la floristería Riera, en la carretera al cementerio, José Manuel, uno de los empleados, le preguntó: ¿Tú eres el que va andando hasta allí arriba, verdad?”. Qué cosas: la mujer del hombre apesadumbrado y José Manuel, que se ha ofrecido muchas veces a llevarle en coche, estudiaron en el mismo colegio público, el Eduardo Marquina.

La penúltima vez que mi amigo fue andando al camposanto fue el pasado 17 de abril, cuando se cumplía el primer aniversario de esa amputación que comúnmente se llama viudedad. En aquella ocasión, el caminante reparó una vez más en que durante estos doce meses ha estado viendo una papelera llena a rebosar sin que nunca nadie la haya vaciado. Está junto a la parada 1808 de la línea de bus 104, a la entrada del recinto.

La papelera, por fin vacía

La papelera, por fin vacía

EHA

El hombre apesadumbrado sabe que la basura es la misma porque aquella primera vez le llamó la atención la cámara de una rueda de una bici (él tiene dos: una Trek híbrida y una Dahon plegable). Y, doce meses después, allí sigue la cámara, colgada de una de las patas de la papelera porque ya no cabe ni un alfiler: botellas de plástico, latas de cerveza (recogidas en una bolsa para que no se desparramen), envoltorios de galletas...

Y colillas, vasos de máquinas de café, peladuras de fruta y restos orgánicos indescifrables y compactados después de tanto tiempo (¡hasta un collar de perlas de pega y otras piezas de bisutería!). A unos pasos de allí están las capillas y las salas de velatorio. Con todos estos restos del naufragio, que depositaron mientras esperaban al autobús 104, se podría escribir la oceanografía del dolor de quienes lloraron allí.

Ampliar La basura (incluido el collar de bisutería) recuperada de la papelera y una vez depositada en el contenedor

La basura (incluido el collar de bisutería) recuperada de la papelera y una vez depositada en el contenedor

EHA

Muchos deudos aprovechan cualquier rinconcito para improvisar un parterre con flores junto a los nichos de sus familiares. Otros repintan las paredes y las mantienen en un blanco inmaculado. Nuestro personaje no hace nada de eso. Le basta con ir hasta allá y sentarse en un banco mirando una sepultura. Pero este ha sido diferente: porque no fue una única vez al cementerio, sino dos. La papelera tuvo la culpa.

El 21 de abril, apenas cuatro días después de su penúltima visita al camposanto, regresó. Esta vez, bien provisto con guantes, bolsas industriales de basura y una pequeña pala metálica de jardinería. Estuvo tentado de llamar a Cementiris de Barcelona para afearles el olvido de la papelera, pero tuvo miedo de que la bronca recayera sobrelos trabajadores del cementerio (y todos los que conoce se han portado siempre muy bien con él).

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Además, la papelera está parcialmente tapada por la vegetación y un árbol, que impide verla desde el arcén. El 21 de abril, después de una experiencia alegre y otra tristísima (la despedida al periodista de bet365Óscar Muñoz), el hombre apesadumbrado decidió regresar a Collserola para vaciar la papelera y depositar su contenido, carretera abajo, en un contenedor muy cercano a la floristeria Riera, la de José Manuel.

Lo hizo para decirle a su mujer que la pesadumbre nunca desaparecerá del todo, pero que pasito a pasito la tristeza irá dando lugar a la gratitud por tantos años y tanta felicidad. Nada resume mejor las alegrías y las penurias de la vida que esa papelera de nuevo vacía, lista para que otras manos la llenen. Porque en eso debería consistir la existencia, en un continuo y agradecido volver a empezar, al menos mientras podamos.

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